Querida hija (pendiente de calificación):
Ayer por la mañana tomé una decisión, si tú me ignoras, yo a ti más. Chincha. Decidí hacer «vida normal», como si no llevara tres kilos y medio de feto revolcándose por mi útero.
Primera decisión, arriesgadísima: cruzar el umbral de la puerta y romper mi semana de encierro por gripe (agradecimientos a tu hermano El Gremlin y a su cariñosa costumbre de restregar sus mocos por mi cara).
Ahí estábamos los tres saliendo domingueramente por el portal: Tu padre, muy apañado él, bajando las bolsas de la basura. Tu hermano, de color azul tirando a morado, intentando respirar bajo la mordaza de la bufanda. Y yo, emocionada, expectante… ¿qué intrépidas aventuras nos depararía el paseo?
Pues bien, 50 metros, o tal vez menos, es lo que duró la excursión. Lo justo para llegar al contenedor de la basura, mirarnos tu padre y yo, y llegar a la sensata conclusión de que por mucho que yo quisiera ignorarte a ti, al viento y al frío no les podíamos hacer el vacío.
Ayer te saliste con la tuya. Pero hoy… hoy no te escapas. Tocan diana a las 7 de la mañana y te tengo preparado un día de los buenos-buenos. Visita incluída a tu amigo «el ginecólogo de las manos largas», que da capones intrauterinos a las niñas malas.
Ya te advertí de que tu madre era bastante rencorosa.
Besitos de tu madre que te quiere (fuera)