How to be a Trendy Mother (VI): Carnaval, te odio

Trendy Mothers: por su espíritu incombustible las reconoceréis. Recoger los adornos de Navidad y sacar la máquina de coser para el carnaval ha sido todo uno en mi TL.

El carnaval es uno de los cientos de eventos/cosas/personas que me provocan ronchas. Con el entierro de la sardina se me abren las carnes y las chirigotas me sueltan el digestivo. No veo necesidad de estos fastos, ni de muchos otros. Llamadme rancia, me gusta.

Ellas sí. Las Trendy Mothers encuentran en el carnaval una oportunidad más para darle brío a la aguja y demostrarle al mundo de lo que son capaces. Y mientras hilvanan, pegan, cortan y colorean, canturrean aquello de “vamos, castores, vamos” creyéndose la prota divina del anuncio. Queridas, excepto en lo de freír salchichas, intentar jugar a ser esa madre sólo os hará daño.

Sin embargo, por rancia que sea una, vivo en el mundo y asumo las consecuencias. El miércoles es la fiesta de la guarde y si el niño debe ir disfrazado bajo pena de exclusión social, se le disfraza.

Además, cualquier excusa es buena para volver al polígono (me estoy quitando), a ver con qué me sorprenden los señores de Taiwan.

Según la socia sin nombre, este sitio da tanto canguelo como el «señor de pana fina«. Nos ha salido miedica.

Especialista como soy en chinos, macro-chinos y asimilados, una no llega a valorar la dimensión social de estos establecimientos hasta que se adentra en una nave industrial dedicada en toda su magnitud a disfraces y artículos de broma. Si la visita coincide con la de un grupo de chonis treintañeras haciendo acopio de “básicos” para una despedida de soltera, la experiencia toma tintes de reality.

Cinco pasillos, cinco, repletos de disfraces. A cada cual más horrible, más cutre, más feo, más moñas, más imposible. ¿Qué esperabas madre del Gremlin? ¿Encontrar los los disfraces de Tom Arma del año pasado a 8,95€?

 

Me di cuenta de que tenía un grave problema al percatarme de que, ni en la foto, había traje alguno que pasase el corte. Aquello no eran disfraces, aquello eran castigos. Castigos a un módico precio, pero castigos al fin y al cabo. Llegado este punto, valoré mis opciones:

a) Disfrazarle de “futbolista”. ¿Acaso no tiene El Gremlin una equipación del Real Madrid completa con medias, calzones y camiseta? ¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo?

b) Envainármela. Tragarme el orgullo y ser una trendy mother de verdad. Abrir el blog de Baballa, y que el Señor nos ampare a todos.

La opción B la descarté enseguida. Mi mente, muy hábil para buscar subterfugios, me recordó el post de El Comidista sobre catástrofes culinarias y me di cuenta de que lo que a Baballa le queda monísimo, en mi caso sería un churro. En cuanto a la opción A, una cosa es no ser Trendy Mother y otra muy distinta ser una cutre. ¿Puede haber algo más cutre que vestir al niño del Real Madrid para la fiesta de carnaval? (además de vestir al niño del Barcelona, se entiende).

Ante tal panorama me decanté por la opción C: seguir buscando. Volví a los pasillos infernales y esta vez los recorrí a conciencia, en zig-zag, a la manera de mi señor esposo (a él lo del “estilo libre” para recorrer supermercados le pone muy nervioso, sufre mucho, el pobre).

Cuando todo parecía perdido, levanté la vista en el pasillo tercero, y a mano derecha, entre un disfraz de torero y otro de sultán, se me apareció el pingüino cual Virgen de Fátima. Atención al detalle, porque la funda del disfraz llevaba un código Bidi. No son nadie los amigos de Taiwan.

Y este ha sido el resultado:

Vale, no es espectacular, pero no me negaréis que el objetivo está superado con cierto margen de dignidad. Estoy por volver a por más, los descuentos mnemotécnicos son irresistibles.