Madre Coraje (V): La Tamagochi tuneada

A nadie le gusta madrugar, pero a mí menos que a nadie (es como el chiste del jamón, si alguien no lo conoce que me lo pregunte). Mi marido (cuando no está en el Caribe) se levanta siempre antes que yo. Uno de los mayores placeres que disfruto en esta vida es oirle trastear en el baño o en la cocina, con media oreja abierta, mientras con la otra sigo planchando la almohada. Lo sé, no soy imbécil, hay placeres mayores, pero este tiene un puntito de crueldad que me encanta.

Podría aprovechar esta coyuntura para ser una madre ideal, como seguro que lo sois todas, y levantarme a la par que mi amado, prepararle el desayuno, cepillarme el pelo cincuenta veces del lado izquierdo y otras cincuenta del derecho, y deslizar grácilmente la cortinas de la habitación de mis hijos mientras cantan los pajaritos y los rayos de luz inciden sobre mi cabellera recién peinada. Pero no. A mi marido no le gusta el zumo de naranja, y todo ése show sin zumo de naranja queda muy poco lucido, así que yo sigo en la cama, sonriendo por debajo del bigote como la mala pécora que soy, y dándole al snooze del iPhone (sin pasarse, que luego la seño del Gremlin nos suspende en puntualidad y es lo que nos faltaba).

Eso sí, apurar en la cama conlleva una gran autodisciplina y un escrupuloso control del cronómetro. Cualquier contratiempo puede ser fatal. Así, por ejemplo, si en el cambio de un pañal mañanero encuentro un elemento sólido en vez de líquido, esto retrasará mi rutina de modo que probablemente me coma las tostadas sin tostar. Si en lugar de ocurrir esto en un pañal, ocurriera en los dos pañales, el retraso sería tal que probablemente me fuera a trabajar sin desayunar. Y eso que mi exigente entrenamiento diario me permite cambiar pañales a una velocidad que ni los mecánicos de Fórmula 1 cambiando ruedas.

Mis hijos son conscientes de lo delicado del engranaje horario, y no dudan en colaborar conjuntamente en su propio beneficio. Saben que si vomitan, cagan o se hacen sangre el uno al otro (por seguir en la línea de fluidos corporales) aumentan las probabilidades de irse a la guarde sin peinar o sin tomarse las vitaminas. Eso siempre es un estímulo.

Ellos también perfeccionan su técnica cada día, y hoy se han superado. Mientras yo me vestía con una ropa apropiadísima para cogerme un pasmo (cuando vas con prisa no hay tiempo para asomarte al balcón), un silencio incómodo llegaba hasta mi cadena de huesecillos. En la habitación contigua, un gremlin muy concentrado se esmeraba en decorar la escasa cabellera de su hermana con un pliego entero de pegatinas de Cars.

Conclusión: no sólo hemos llegado tarde (despiojar a La Tamagochi de trece Rayos McQueens sin dejarla calva lleva su tiempo) sino que ademas lo hemos hecho con los deberes sin hacer. Esas pegatinas eran una petición de la guarde para nosequé de la unidad didáctica. No penséis que he hecho esta foto para escribir un post, sino para justificar ante la profe el motivo de nuestra tardanza y el paradero de las pegatinas. Mientras yo le explicaba todo con el iPhone en la mano, ella me ha mirado muy raro. Creo que si pudiera, nos suspendería a los dos.

Ni una lágrima ha derramado la tía. Ya os digo que mi niña es un camionero.